jueves, 6 de octubre de 2016

500 vizcaínos abrazan el islam cada año

500 vizcaínos abrazan el islam cada año
Zhour Rosa García, Tamara Halima Casas y Khaira Amalur García./ Luis Ángel Gómez
En su día a día se acabó la ronda de cañas al salir del trabajo y los bocadillos de embutido para merendar.
Pronuncian de forma ya innata una serie de oraciones en árabe castellanizado y hasta euskaldunizado. Leen el Corán en euskera y practican el 'salan' (las cinco oraciones diarias), saludan al interlocutor con un 'asalaamu alaykum' y se despiden de él invirtiendo la frase ('alaykum asalaamu'), al que a veces añaden un 'agur'. Las buenas noticias las reciben con un 'al-hamdu lillah!' (¡alabado sea Dios!), espantan las desgracias al tono de 'Wa-llah!' (¡Por Dios!) y expresan su prudencia con un 'Insha Allah' (si Dios quiere). Ellas se cubren la cabeza como lo hacía la mujer vasca en la antigüedad, como las abuelas de sus abuelas, o no tanto tiempo atrás, aunque en la calle las confunden muchas veces con extranjeras o con monjas y sienten la mirada del sospechoso. Ellos hacen lo posible por llegar al rezo colectivo de los viernes a mediodía. No son clérigos ni árabes. Son españoles y civiles, «de Bilbao de toda la vida» y de otras zonas de Bizkaia. Autóctonos de tradición católica, la creencia mayoritaria, y de confesión musulmana, por extravagante que parezca, que han visto en la fe islámica una vía hacia la felicidad y que en su mayoría defienden una visión «progresista» del Islam, la segunda religión del mundo en número de seguidores.
La comunidad musulmana en el mundo gana cada vez más adeptos, y Bizkaia, territorio que acoge el mayor número de muladíes, no es excepción. Los españoles conversos representan alrededor del 2,5%. Unos 33.750, la mayoría de nacionalidad española, de entre algo más de un millón, según el censo de la Unión de Comunidades Islámicas de España. Algunas organizaciones elevan la cifra hasta 50.000. El Consejo Islámico Vasco cifra «entre 450 y 500» el número de vizcaínos que abrazan el Islam cada año en alguna de las 29 mezquitas del territorio, guiados por alguna de las once agrupaciones culturales islámicas asentadas en la provincia. «Teniendo en cuenta que estamos en el País Vasco y no en Andalucía o Cataluña, donde se concentran muchos más musulmanes procedentes de Oriente Medio y el Magreb, es un gran avance, son muchos», valora Yusuf Ibn Oroza, secretario general del organismo.
Según sus registros, 3.122 vizcaínos de nacimiento han pronunciado la 'shahada' en los últimos cuatro años, una ceremonia de conversión que dura menos de tres minutos (es breve porque todos nacemos musulmanes, reza el Corán, y solo tenemos que reencontrarnos). Eso, sin contar a quienes optan por dejar a un lado la tradición heredada para profesar esta religión a escondidas, incluso sin comunicárselo siquiera a los suyos. Aunque también hay varones «con un nivel de instrucción medio-alto, con cualificación profesional y un elevado conocimiento del Islam, así como una práctica rigurosa del mismo», el perfil más común del nuevo musulmán es el de una «mujer joven que cursa estudios universitarios».
Entre las historias de vida de los musulmanes de origen católico abundan las de quienes abrazaron el Islam animados por su pareja y quienes se convirtieron tras un periodo de búsqueda espiritual o de estudio. Algunos conversos consultados para este artículo piden discreción. Temen perder el puesto de trabajo, que los amigos les 'aparten' o que al entorno familiar le apabulle el hecho de salir en un medio de comunicación. «Veía al Islam como un enemigo, pero empecé a informarme y a estudiar y entendí que no había nada de eso. Mis padres no quieren oír hablar del tema. Trabajo en una empresa donde no creo que entendieran este paso, y además yo no estoy preparado para afrontarlo», señala Igor A., que acude a una mezquita desde hace un año.
«Tenemos ventajas»
Otros, como la bilbaína Khaira Amalur García, musulmana desde hace tres años, y la basauritarra Tamara Halima Casas, de 24 y bajo el cobijo del Islam desde hace dos, han vivido el cambio de forma amable y, aunque saben que nadan a contracorriente, lo afrontan con valentía. Por eso sus nombres se mencionan en este reportaje con todas las letras de su carné de identidad. «A veces me han dicho 'vete a tu país'. ¿A qué país, si soy de aquí? Entendemos la islamofobia por las noticias que llegan, pero, por ser de aquí, tenemos la ventaja de que aprendemos la esencia del Islam sin contaminación, sin taras culturales, sin la tradición a nuestras espaldas», explica Khaira.
«Tardé un año en ponerme el velo, nadie me presionó, pero ahora vivo feliz», revela. «Crecí en un ambiente duro y humilde y nunca me he sentido tan respetada por los hombres como ahora. Antes tenía que oír 'mira qué cejotas' si no me depilaba o 'qué gorda estás'. Ahora no. Cuando me preguntan si me siento oprimida, digo que no. Para mí era muy esclavo estar pendiente de los dictados de la moda, de una sociedad que vive con prisa el día a día, plagada de prejuicios... Estaba llena de rabia y ahora tengo otra actitud. Estoy en paz», argumenta esta joven casada con un argelino, madre de dos niños y nacida en el seno de una familia desestructurada en el barrio de San Francisco. Khaira trabajaba de charcutera, pero ahora, «vestida así, nadie me coge», reconoce.
«Una de las condiciones del Islam es el libre albedrío; yo soy libre de elegir, a mí nadie me puede imponer. En el segundo capítulo del Corán se dice que no existe coacción en el Islam. Voy a la playa, al monte, corro todos los días con mi hijab, voy en bicicleta y soy socia del Athletic. En tribuna, mi padre y yo, vestidos con la camiseta rojiblanca, celebramos los goles como locos. Lloramos como niños en el último partido. Los viejitos de alrededor flipan al verme», asegura Halima, que ejerce de secretaria en Assalam.
El 'regreso' de Zhour Rosa García, también vizcaína, al Islam fue tardío pero natural. Su familia es musulmana (padre español, madre marroquí) y en su casa ya se practicaba la religión. «Yo salía de fiesta con las amigas e igual no comía jamón, pero sí me tomaba unos chupitos. Ahora sé que no lo hacía bien. En mi cuadrilla me dicen: 'pero si tú no eras así'. 'No era yo, ahora me siento bien conmigo misma, me faltaba algo', les respondo». Las tres amigas se llaman hermanas entre sí y se reúnen los miércoles a las seis en la mezquita Assalam de Bilbao, un centro de culto situado en los bajos de un edificio desde hace casi una década donde la media de conversos está en «una o dos personas al mes, en su mayoría mujeres». Khaira, Halima y Zhour aspiran a convivir con fieles de otras confesiones en pie de igualdad, con respeto, y tienen en mente la creación de un colectivo de musulmanas para ayudar a responder a las necesidades culturales, sociales, de culto, educativas y humanas de «chicas como nosotras».
Otro testimonio de un converso. Carlos Abdessamad, informático y vascoparlante. Sabe que «no sentó muy bien» dar este paso hace doce años, ni en la familia ni entre sus amistades. «El tema espiritural me pareció bien, pero el tema social, mejor. La preocupación por el vecino, el enfermo, el preso. Cómo los musulmanes se preocupan por la sociedad. Esas pequeñas cosas que lees en el cristianismo, pero que en el Islam las ves», apunta. A su juicio, ser vasco y musulmán «es un arma de doble filo. El peso del catolicismo es muy fuerte. Al paquistaní se le acepta, pero al converso como yo le ven como un chaquetero. En un par de generaciones esto cambiará, dentro de cien años», determina.

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